MAYORES DE 18 AÑOS

sábado, 27 de noviembre de 2010

Dos de cal y dos de arena

Me siento idiota. He dejado escapar la oportunidad de ganar siete mil euros. Así no voy a llegar a ninguna parte. Estúpida, estúpida, estúpida... Tenía el relato perfecto, ni siquiera tenía que escribirlo, ¡ya lo tenía!, y he dejado pasar la oportunidad de presentarme al concurso literario mejor dotado económicamente por palabra escrita, puesto que el relato no debía pasar de seiscientos caracteres. ¿Y todo por qué? Por ser demasiado despreocupada, demasiado tranquila, por tener demasiadas cosas en la cabeza que me hacen olvidar las cosas importantes, ¿quizá por tener demasiado sexo en la cabeza? Sabía que tenía pocos días de plazo para presentar mi relato, pero creí que hasta el veintinueve de este mes tenía tiempo. Ayer lo miré y el plazo terminaba el veintitrés. ¡Soy un desastre! Así no voy a llegar a ninguna parte. Debería hacer algo por recuperar la concentración que perdí con el vaivén emocional que supuso la ruptura de mis relaciones con Marc. Desde entonces, hace ya más de un año, no he vuelto a ser la misma. Justo ahora parece que empiezo a ver una luz de esperanza, tanto escribiendo como ligando, pero no, he recuperado la inspiración, he dado un pequeño paso adelante en el buen camino, pero no he hallado todavía la concentración necesaria para escribir. Tengo que hacer alguna cosa, porque si no, no voy a conseguir nada bueno en la vida.

Antes de ayer chateé de nuevo con Pablo. No habíamos quedado a ninguna hora, ni siquiera sabía si aparecería. Entré en el messenger a las once y media y no había nadie, parecía un desierto. Me dediqué a navegar por internet, esperando su posible aparición. Faltaban unos minutos para la una, ya me iba a la cama, y de pronto, mi ordenador me avisa de que él había entrado en el chat. No me lo podía creer. Hablamos, hablamos mucho, y de cosas de las que habíamos hablado poco aún, es decir, de sexo. Bueno, sí que habíamos hablado, pero sin concretar demasiado, y sin hablar de mi apariencia física. Sí, lo confieso, me gusta ir despacio, tanteando los pasos que voy dando. Tanteándolos y disfrutándolos. Mostrándome poco a poco. Paladeando la conquista, y antes de ayer la disfruté mucho. Empezó diciendo que le dolía la cabeza, que estaba muy cansado del trabajo y que le contara algo, y acabó afirmando que yo le apetecía mucho. Y yo empecé sin saber qué contarle, y acabé con las bragas completamente mojadas. Y en medio, algo parecido a un polvo cibernético, pero sin serlo. Hubo algún momento en que creí que sí pretendía serlo, y me estaba decepcionando porque todo el rato me cortaba el rollo intercalando preguntas, pero al final resultó que no lo era, y yo pensé que menos mal, porque de lo contrario vaya mierda de polvo. Excitada a tope, sí, pero sin acabar de rematar. Me dijo que ya echaríamos uno, que ya habría ocasión.

Ayer por la mañana me envió varios correos. Me sentí muy feliz, porque parecía que mi conquista era firme. Mi móvil me avisa cada vez que me llega un correo electrónico, así que pude leer todos sus correos al instante. Me propuso que por la tarde chateáramos de nuevo, pero con la cam encendida. Le dije la verdad, que no tenía. Le dio igual. Quedamos en que él sí la encendería. Quería masturbarse para mí. Dudé. Dudé sin saber el porqué de la duda, pero al final acepté. En parte, ocurría que más o menos a esa hora había quedado con otro de mis amigos, con Juan, y sabía que con éste sí que remataría la faena que el otro había dejado a medias, pero había algo más y no acababa de verlo claro.

A la hora que habíamos quedado me conecté. Ahí estaba él, más chulo que un ocho, musculoso, con su enorme polla entre las manos ya erecta. Todo un espectáculo para ver. Como ya estaba caliente, después de saludarle, empecé a tocarme también, mientras observaba sus manipulaciones fálicas... o mejor dicho, mientras observaba lo que la cámara me dejaba ver, porque de vez en cuando se colgaba quedando la imagen inmóvil. Yo no sabía qué hacer. Le escribí que me gustaba mucho lo que veía, cosa cierta, pero... entre la cámara que iba como le daba la gana, ciertos signos que no entendía que salían en la ventana de diálogo y no saber si lo que yo escribía lo leía él o no, porque no me contestaba, no podía concentrarme en mi propio placer. Al final, él se corrió, o eso pareció, porque yo no vi su eyaculación. Estaba demasiado alejado de la cámara para ver bien ese detalle, y yo me quedé completamente fuera de lugar, caliente, aunque no tanto como el día anterior, y por supuesto, sin correrme. Luego, me dijo que iba a ducharse y cortó por lo sano, sin esperar a que dijera nada. Jarra de agua fría corriendo por mi cuerpo. Hacía mucho tiempo que no había follado con nadie que se exhibiera para mí con cámara, y no recordaba que nunca había resultado bien. Conclusión: no me gusta follar por internet con cámara. Los hombres se olvidan de que las mujeres no somos tan visuales como ellos, y creen que nos va a poner a mil ver como se masturban sin ningún aditamento más. Y lo cierto es que yo creo que soy más visual que muchas mujeres, pero no como para que me corra sólo por ver una mala transmisión de una masturbación. Faltaron palabras, faltaron gemidos, faltaron muchas cosas que estimularan mi imaginación. Al final, con su precipitada marcha (supongo que no quería que lo pillara su mujer) me quedó una duda. ¿Será esto lo que entiende él por un polvo cibernético? Desde luego, no es lo que yo entiendo.

Decidí pasar página, y esperé a mi amigo Juan. Habíamos quedado hacía media hora, pero todavía no había aparecido. Mejor, así no había tenido que esperarse. Tenía ganar de echar un buen polvo, pero faltaban quince minutos para que llegara mi marido de trabajar. Le dije a Juan que mejor esperábamos, para que no me pillara a medias. Me contestó que eso le daba morbo y que me tocara. Me resistí, pero el muy cabrito insistió exigente. Lo hice. Sus palabras excitaban mi imaginación como no lo habían hecho las imágenes del precioso cuerpo de Pablo. Me corrí con el mejor orgasmo que he tenido nunca con él, fue maravilloso. Lo peor de todo esto es que él no puede correrse conmigo. Trabaja de cara al público, aunque nunca ha querido decirme de qué, y es entonces cuando aprovecha para encontrarse conmigo. Menos mal que trabaja sentado porque si no, me imagino la cara de algunos de sus clientes. Ayer, antes de despedirnos, me dijo que era muy mala porque no paraba de gotearle la polla, que notaba su calzoncillo mojado. Le contesté que sí, que soy muy mala, que me encantaba utilizarle para mi placer.